Buenos Aires 1986
Las hojas en primer plano, los viejos árboles sobre la rueda chueca y la ausencia de la reja. Este montón de óxido que alguna vez se llenó del polvo de la tierra arada, que fueron acompañados por gaviotas. Esos caballos que cansadamente, arduamente arrastraron esos hierros. Las olas negras que iban dejando los gusanitos para alimentar a vigilantes pájaros. Ese sulky con las varas reposando en el suelo. Sus resquebrajadas maderas fueron portadoras de algún soleado vestido, un niño hacia una escuelita perdida entre maizales.
A este sulky también lo tapan las hojas que sólo al fondo dejan ver los musgosos ladrillos de un “galponcito” que lavaron todas las inclemencias de los veranos y los inviernos incontables.
La vieja cocina “económica”, con esa olla ennegrecida, vieja, sin asas, que alguien dejó como para que el abandono no fuera total y ese símbolo del alimento prenderá los ojos al primer mirar, para que aquel calor que irradiaba toda la casa no se perdiera para siempre. Ese calor de marlos crepitantes, de milagrosos marlos que se traían desde la troja con ese canastito redondo, que hoy –inútil- reposa en esa descascarada habitación con fardos, sulky viejo, otros trastos al olvido.
Yo creo que mi infancia no hubiera existido sin esa cocina que echaba sus buenas chispas cuando se abría la negra boca de la hornalla, con aquellos dientes viejísimos de tronquitos de acacia.
Es todo un mundo que empieza a respirar entre ese vaho que se mezcla con el humo que nos va escondiendo las manos del frío, reuniendo para que la abuela nos cuente lentamente sus cuentos o entone con tristeza sus canciones italianas.
Todo este recortado paisaje ante el éxodo rural de la pampa gringa, todo ese deterioro donde la “mano del tiempo” deja de ser una recurrida metáfora y es una real garra cayendo sobre esas chacras, casas de colonos que emigraron hacia la década del setenta con el “boom” de la soja, abandonando sus casas en el campo, construyéndolas en los pueblos cercanos, tal vez como un desquite de los años tan castigados que pasaron sus mayores, los que trazaron la primera amelga, donde seguro que el primero bajó de un barco, habló alguno de los numerosos dialectos de la bella Italia, y trasmitió a todos éstos sus miedos , sus sueños, alguna que otra superstición, pero sobre todo ese desolado cariño por las antiguas cosas que se fueron para siempre, que es el único tesoro que tiene un solitario.
Yo, que de ellos vengo, que viví el esplendor de aquellos años donde el campo era fuego de la cocina y el humo de su solitaria chimenea, veo consternado como la extraordinaria sensibilidad de Gustavo ha captado magistralmente ese deterioro, este adelgazamiento de las cosas hacia una muerte segura.
Esas casas con sus ladrillos que se va comiendo la lluvia, los pájaros que emigran porque los árboles van muriendo un poco en cada tormenta, el yuyal llega hasta el patio donde jugaron los niños y sólo el molino queda inútil testigo de todo un movimiento, una vida social que cambió sus reglas, o dicho de otro modo; ahora “las cosas son como si no hubieran sido”.
Uno puede comprenderlo todo, pero quién nos salva de esa vieja sobona, la nostalgia?
Jorge Isaías
Rosario, agosto de 1986.
Prologo para el libro Éxodo Rural.
Oh! Fotografía !
(GUSTAVO, está meditando:) Yo, PERSONA. Mis sentidos me comunican el UNIVERSO. La Luz me entrega su IMAGEN. El SER, mineral, vegetal, animal, me acompaña. Mi destino es POSEERLOS. Y dar TESTIMONIO. OBJETO ILUMINADO: tu presencia, tu instante, los identifico – unidos a mi IDENTIDAD de SUJETO.
Yo: responsable de tu existencia, de tu VERDAD.
Ya naturaleza, ya elemento trabajado por el hombre – naturaleza elaborada, ser obvio de vida nueva, incorporado a la pura NATURALEZA: IMAGEN, ahora. Yo documento tus atributos, tu intimidad invisible que me hermanan aflorando en tu extructura, en tu piel, en tu esquema individual: inconfundible presencia de lo infinito universal.
Sí, te he ELEGIDO. Tu forma, tu proporción, tu pertenecia al orden del cosmos me han seducido: vivo tu encanto, tu gracia original, tu significación múltiple, tu riqueza, que cada uno de nosotros encuentra, detalle a detalle, descubriendo tu nacer – testimonio de mi testimonio. Tu verdad enriquece mi verdad. Oh! mis ojos conquistándote! para los ojos del mundo, pertícipes de mi MUNDO PROPIO: mundo propio que TRASCIENDE y se ENTREGA.
(Gustavo! Gracias!)
Horacio Coppola
Buenos Aires, Junio 1988.